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Jueves, 18 de Abril de 2024

Yo apacentaré a mis ovejas, que buscan un reino de paz

22 Noviembre, 2014

XXXIV Domingo ordinario

Solemnidad de Cristo Rey del Universo

Cuanto hicieron con el más insignificante, conmigo lo hicieron (cfr. Mt 25, 31-46)

A lo largo de los siglos, los hombres y mujeres hemos buscado construir sistemas de vida y de gobierno que nos permitan una existencia digna y libre. Sin embargo la historia demuestra que la humanidad ha contemplado con desilusión como aquello que esperaba no se ha dado. Que las monarquías absolutas, los regímenes totalitarios, las democracias parciales y los estilo de vida basados en el individualismo egoísta y relativista que busca la felicidad en lo temporal, sólo han conseguido degradar a los individuos y masificar a la sociedad.

Pero a pesar de las desilusiones pasadas y de las incertidumbre futuras, seguimos anhelando justicia, verdad y paz, que duren por siempre. Dios lo sabe. Por eso Jesús, su Hijo amado, que ante Pilato afirmó “Yo soy Rey” (Jn 18,37), hace brillar la luz de la esperanza al descubrirnos que ha venido a reunirnos para conducirnos hacia la fuente tranquila de su Reino de Amor, donde el mal y la muerte serán aniquilados definitivamente, y seremos plena y eternamente felices con Dios ¡Él es nuestro Pastor, que nos conduce a la casa del Padre, para que vivamos ahí por años sin término!

Por eso, al culminar un ciclo litúrgico en el que a lo largo de un año hemos venido contemplándole, le proclamamos Rey del Universo ¡Sí!; Cristo es Rey porque el Padre lo ha creado todo por Él y para Él, que nos ha salvado. Sólo su Reino de amor “da la prosperidad y la felicidad verdadera, tanto a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos”, como escribió san Agustín. Para recordarnos todo esto e impulsar “felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador”, en 1929 el Papa Pío XI estableció la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, que hoy celebramos.

Cristo, el Rey, cuyo reinado anhelamos

¿Y Cuál es el “pasaporte” que debemos presentar para entrar a gozar de este Reino?; pasar el examen de “admisión”, cuyas preguntas el propio Jesús ya nos ha “soplado”: “tuve hambre, ¿y me diste de comer?, tuve sed ¿y me diste de beber?, era forastero ¿y me hospedaste?, estuve desnudo ¿y me vestiste? Enfermo ¿y me visitaste?, encarcelado ¿y fuiste verme? “Sin el amor al prójimo… no es posible el auténtico amor a Dios”, decía Juan Pablo II. Por eso el Papa Benedicto XVI nos ha dicho: “la iglesia he de ponerse en camino como Cristo” para rescatar a los hombre y mujeres que se encuentran en el desierto de la pobreza, del hambre y de la sed; “el desierto del abandono, de la soledad, y del amor quebrantado”, y “conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios”

Ante un mundo en el cada miles de personas mueren de hambre a causa de la pobreza, y millones más tiene hambre y sed de educación, de respeto, de amor y de una vida digna que tenga sentido y plenitud; un mundo en el que millones son despojados de la oportunidad de un trabajo digno y un salario justo, obligándoles a ser forasteros en países extranjeros; un mundo en el que muchos enfermos están abandonados en la cama de su casa o de un hospital, y otros se encuentran encerrados en una prisión o en la cárcel de sus pasiones y confusiones, Jesús nos pide hacer algo, lo que sea por remediar estos males. Quizá nos parezca imposible solucionar los problemas de la humanidad, pero si podemos hacer algo por los individuos concretos que formamos parte de ella, empezando por casa.

Bruyere decía: “La mayoría de la gente gasta la primera parte de su vida en hacer desgraciada la restante”, y yo añadiría “e irremediablemente infeliz la eterna” ¿Cómo lo hacen?; existiendo sin amor. Porque como dice Monseñor Rosendo Huesca, Arzobispo Emérito de Puebla: “Sin caridad remaremos siempre en el mismo lugar”. Hoy Jesús nos invita a hacer nuestra vida plena en la tierra para alcanzar el Reino eterno del Cielo, sirviendo al prójimo con un amor creativo, concreto y activo, conscientes de que, como decía san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida, se nos examinará sobre el amor”

Mueve, Señor, nuestros corazones
para que correspondamos generosamente
a la acción de tu gracia
y recibamos, así, con abundancia, los dones de tu amor.
por nuestro Señor Jesucristo.
Amen

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