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Viernes, 19 de Abril de 2024

Un mensaje de liberación para los esclavos de mil cosas

24 Enero, 2015

III Domingo Ordinario Ciclo B

Arrepentíos y creed en la Buena Nueva (cfr. Mc 1,14-20)

En su precioso libro “Jesús de Nazaret”, el Papa Benedicto XVI recuerda que el centro de la predicación de Jesús lo constituye el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios; no de cualquier reino. Jesús anuncia a Dios, proclamando su soberanía sobre el mundo y sobre la historia; una soberanía que está presente como una fuerza que da plenitud a la existencia del creyente, llenándole de una alegría que le permite participar anticipadamente del mundo futuro. Ese Reino, que a partir del siglo VI Israel comprendía como esperanza para el futuro, se ha hecho realidad en Jesús, quien es la Buena Noticia del Reino de Dios, ya que, a través de su presencia y de su actividad, Dios entra en la historia del mundo para encontrarse con nosotros y darnos su amor440.

Para ser ciudadanos de este Reino se requiere nuestra libre aceptación. Por eso Jesús nos pide: “conviértanse y crean en el Evangelio”. Así nos invita a salir de la opresión del falso reino del pecado, que nos somete a través del egoísmo, del relativismo, de la sensualidad descontrolada, de la envidia, de la ira, de la avaricia, del consumismo, de la pereza y del rencor. Un falso reino en el que el demonio, padre de la mentira, como un dictador absoluto, mediante una propaganda controlada, nos hace creer que somos libres y dichosos. Sin embargo, cuando se conoce a Jesús, se puede comprender lo que es la auténtica libertad. Por eso, al mirar a las damas de la aristocracia toledana, santa Teresa de Jesús pudo diagnosticar con precisión su situación: eran “esclavas de mil exigencias”441.

Quizá este diagnóstico pueda aplicársenos a muchos que, bajo el yugo del pecado y encerrados en la cárcel del egoísmo, somos esclavos de la moda que nos impone ser relativistas, lucir una figura fenomenal, pensar superficialmente, vestir, hablar y actuar vulgarmente; hacer de la diversión el sentido de la vida, aunque para ello tengamos que dañar nuestro cuerpo con desvelos y vicios; buscar, como sea, tener dinero para ser aceptados por la sociedad, asumiendo actitudes arrogantes, prepotentes, arbitrarias y tramposas, que nos hacen usar a los demás sin interesarnos por ellos. Así, creyendo que somos libres y dichosos, obedecemos sumisamente al tentador, invirtiendo todo nuestro ser en lo que, sin embargo, tarde o temprano se va a terminar; “porque este mundo que vemos es pasajero”442.

Conviértanse y crean en el Evangelio

Sin embargo, Dios no nos abandona; Él, cuyo amor y ternura son eternos, nos salva, indicando a los pecadores el sendero de la libertad443. Así lo hizo con los ninivitas, quienes escuchando a Jonás, el enviado divino, se convirtieron de su mala conducta444. Hoy, a través de su propio Hijo, que se ha encarnado para salvarnos, Dios nos invita a la libertad maravillosa, plena y eterna de su Reino.

“Por esto Jesús dice que el reino de Dios se había aproximado”445, comenta San Juan Crisóstomo, ya que en Él Dios se hace presente entre nosotros.

¡Hagámonos ciudadanos de su Reino!, conscientes de que, como decía san Jerónimo: “El que desea la almendra de la nuez, rompe la cáscara” 446.

Simón, Andrés, Santiago y Juan, escucharon a Jesús, y dejando atrás su vida anterior, lo siguieron, comenzando así una vida verdadera, plena y eterna, de la que debían hacer partícipes a muchos. Por eso, Jesús les dice: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Les anunciaba que sacarían “a los hombres del mar profundo de la infidelidad a la luz de la fe”447, como escribe San Remigio. “La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar –comenta el Papa Benedicto XVI–. Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser para todos… Nos compromete en favor de los demás”448.

Por eso, unidos a Cristo en su Iglesia, somos enviados a adentrarnos en el mar de la historia, de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestro noviazgo, de nuestros ambientes de vecinos, de estudios, de trabajo y de convivencia eclesial, cívica, política y social, a fin de conquistar a todos para la vida verdadera, que únicamente se alcanza en Dios. “Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida –comenta el Papa Benedicto XVI– ...Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él”449.

¡Comprendámoslo, y sigamos a Cristo, conduciendo hacia Él a cuantos nos rodean!

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