*
Viernes, 26 de Abril de 2024

Las parálisis paradigmáticas que no nos dejan ver

29 Agosto, 2015

Una pareja de recién casados estaba preparando la comida. La joven esposa tomo un pescado y lo corto por los cuatro costados. Al verla, el marido le preguntó: “¿Para qué lo cortas así?”. “No lo sé-respondió ella-. Así lo hace mamá. Quizá es para darle más sabor”. Al día siguiente, de visita en casa de la suegra, el muchacho hizo la misma pregunta. “No lo sé –contestó la señora-. Así lo hacia mi mamá. Creo que es para darle más sabor”. Finalmente, el joven fue con la abuela y la interrogo sobre si este procedimiento tenía algo que ver con el sabor. ¡No! –Respondió la anciana- Esto lo hacía porque mi sartén era tan pequeña, que no cabía el filete”.

Todos tenemos modelos de conducta que aprendemos de nuestros ambientes, los cuales nos impulsan a pensar, hablar y actuar de una determinada manera. El problema comienza cuando elegimos modelos equivocados y nos aferramos a ellos, hasta no ver más allá. Entonces desperdiciamos lo más valioso: el don de la vida, plena y eterna. A esta actitud, Joel Arthur Barker, siguiendo a Thomas Kuhn, la llama “parálisis paradigmática”, padecimiento que sufrían los escribas y fariseos, quienes, interpretando “en sentido material las palabras espirituales de los profetas” –como advierte san Beda-, llegaron a pensar que lo importante es “parecer”, siguiendo las costumbres superficiales de su época, en lugar de “ser”.

Jesús, que ha venido a liberarnos de la parálisis mayor que puede existir, el pecado –que engendra el error-, nos aclara que es lo de dentro lo que mancha; es decir, aquellas elecciones malas que libremente hacemos, y que se manifiestan en nuestras palabras y acciones, las cuales, como una “radiografía”, dejan ver lo que hay dentro de nosotros, más allá de las apariencias. “Del corazón del hombre –dice el Señor- salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.

¡Mantengamos la salud interna!

Nuestras palabras y acciones son un reflejo de lo que hay en nuestro interior. Entendiéndolo, nos convendría analizar: ¿Qué tendré por dentro si para llamar la atención me visto y actúo de forma provocativa; si busco seducir sin importarme hacer trizas un hogar; si engaño a quien prometí fidelidad; si al hablar uso un lenguaje vulgar; si abro la boca para insultar, humillar, ofender, murmurar y difamar; si solo hablo de los defectos del cónyuge, de mis papás, de mis hijos, de mi suegra, de mi nuera, de mis compañeros de estudios o de trabajo; si abuso del cariño de la pareja; si hago negocios “chuecos”; si trato a los demás como si fueran objetos de placer, de producción o de consumo; si mi único tema de conversación es el “antro”, la moda, el dinero, los negocios, y mis aventuras y parrandas?

A fin de sanarnos, haciéndonos superar la infección interna que resulta de aceptar acríticamente los modelos que la sociedad y la moda nos imponen, Dios, de quien proviene todo don perfecto, nos engendra por medio del Evangelio, es decir, de Jesús para que seamos “primicias de sus criaturas”, sanas y libres. Y a fin de que podamos alcanzar esa vida plena y eterna que nos ofrece, nos enseña cómo debemos ser y actuar. “…escucha los mandamientos y preceptos que te enseños, para que los pongas en práctica y puedas así vivir y entrar en posesión de la tierra que el Señor, Dios de tus padres, te va a dar”. Esos Mandamientos se resumen en dos: amar a Dios y al prójimo.

“Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla”, nos exhorta Santiago. Esto significa ser honrados, obrar con justicia, ser sinceros en nuestras palabras; no desprestigiar a nadie, ni hacer mal al prójimo, no difamar a la gente, ni mirar con aprecio a los malvados; honrar a los que aman a Dios, hacer el bien sin pretender manipular, y no aceptar soborno alguno en prejuicio de los inocentes. ¡Dios nos invita, por nuestro bien, a no parecer sanos, sino a serlo de verdad! Así podremos edificar un matrimonio, una familia y un mundo sanos y mejores. “Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal –ha dicho el Papa Benedicto XVI- puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo”. Entonces veremos cómo se hace realidad la promesa de Dios: alcanzar una vida plena y eternamente dichosa.

Vistas: 4836