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Miércoles, 24 de Abril de 2024

La gente de hoy nos pide: queremos ver a Jesús

21 Marzo, 2015

“Queremos ver a Jesús”, dijeron unos griegos al apóstol Felipe. “Esta petición –comenta el Papa Juan Pablo II-… ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos. Como aquellos peregrinos… los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo hablar de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ver. ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia...?” (1). Precisamente, para que podamos contemplarlo y mostrarlo al mundo, Jesús, Dios encarnado, acepta ser levantado en la Cruz ¡Así nos manifiesta quién es Dios, y cuál es el sentido de la vida!

Para poder mostrar a Jesús a los hombres y mujeres de hoy, debemos encontrarnos con Él y conocerlo, con la guía del Magisterio de la Iglesia, a través de la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia; experimentar la fuerza de su gracia en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía; “tratar” con Él en la oración; y “mirarle” en el rostro de los que nos rodean, y que nos piden ayuda material o espiritual. Así podremos “vivir” unidos a Él, que por amor fue obediente a la voluntad salvífica del Padre hasta padecer y morir para convertirse “en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen” (2). Así responde a la súplica del pecador arrepentido que implora: “Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí… purifícame de mis pecados. Crea en mí, Señor, un corazón puro… (3)”.

Por eso, es a partir de la Cruz donde “se debe definir ahora qué es el amor… desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (4), afirma el Papa Benedicto XVI. Levantado en Cruz, Jesús es expresión del amor divino mas fuerte que el mal y que la muerte; un amor que nos libera del pecado y nos atrae a sí mismo, es decir, hacia Dios, en quien la creación entera se renueva, y los hombres y mujeres alcanzamos la plenitud sin fin para la que Él nos ha creado. En Jesús de Nazaret el Señor cumple la promesa hecha a su pueblo a través del profeta Jeremías: “Haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva… Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo…” (5).

El que quiera servirme, que me siga, para que esté donde yo

“Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. Con estas palabras, Jesús, el “grano de trigo divino” que al encarnarse de María fue “sembrado” en la tierra, manifiesta que por amos esta dispuesto a morir para dar el gran “fruto” de nuestra redención; un fruto que se nos comunica en el Bautismo, y que alimenta en la Eucaristía, el pan  hecho de granos molidos, que “encierra el misterio de la Pasión” (6), comenta empapa Benedicto XVI”. ¿Qué debemos hacer para alcanzar esta vida nueva, libre, plena y eterna que Cristo nos ofrece?: seguirlo.

“El que quiera servirme –nos dice el Redentor-, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor”. Esto implica salir de la infecundidad del egoísmo, que vacía de significado la vida terrena y trunca la eterna, para entrar en la “hora” de Jesús, que es el amor por todos, dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos a la esposa, al esposo, a los hijos, a papá y a mamá, a la familia, a la novia o al novio, a los vecinos, a los empleados, a los compañeros de estudio o de trabajo, a la gente de nuestra parroquia, ¡a todos!, especialmente a los mas necesitados. Sólo así la vida cobra sentido, se hace fecunda, y podremos estar donde Cristo: con Dios, que hace nuestra existencia feliz por siempre.

Así lo entendieron y lo vivieron los mártires, cuya sangre derramada es, como afirmaba Tertuliano, “semilla de nuevos cristianos” (7). Una de estas semillas fue santa Inés, de quien san Ambrosio escribió: “Lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada… Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aun no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente… fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas” (8). “La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor –explica el Papa Benedicto XVI-. En otras palabras: es Dios quien ha vencido, por que Él es amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende” (9).

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