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Sábado, 20 de Abril de 2024

Cuando todo parece perdido

27 Junio, 2015

“Ya se murió tu hija ¿para qué sigues molestando al maestro?”, dijeron los criados al jefe de la sinagoga que había acudido a Jesús buscando su auxilio. Quizá también a nosotros más de una persona nos haya dicho lo mismo cuando buscamos en Dios la salud y la vida. Con esto se nos hace pensar que cuando el mal parece imponerse, ya no tiene caso hacer nada ¡ni si quiera acudir a Dios! ¿para que seguirlo “molestando” por una debilidad, una depresión o una adicción que no se ha logrado superar; por una relación afectiva complicada que se antoja sin solución; por un familiar o amigo que parece irremediablemente perdido en el mal camino; por este mundo injusto y demasiado echado a perder; por una enfermedad que ha sido calificada de “Terminal”, por el dolor de un ser amado que ya murió?

También la mujer del Evangelio, que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y que había sufrido mucho a manos de los médicos, gastando en esta enfermedad toda su fortuna, se enfrentaba a una situación que parecía no tener remedio. Por eso, seguramente más de una vez se habría sentido atrapada en un callejón sin salida. Sin embargo, no dejo morir en su mente y en su corazón la esperanza. Por eso, cuando oyó hablar de Jesús, fue hacia Él, en quien Dios ha venido a nosotros; y creyendo que Jesucristo es el Salvador que ha hecho resplandecer la vida, con fé tocó su manto, y todo cambió: alcanzó la salud que nadie más le había podido dar.

Por su parte, Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, en medio del drama de una hija que se debatía entre la vida y la muerte, se puso a los pies de Jesús para suplicarle que fuera a imponerle las manos para que se curara y viviera. Creyó en Jesús, y que Él tiene en sus manos el poder de sanar y dar la vida. Y aunque le dieron la noticia de que la niña ya había fallecido y sus criados trataron de disuadirlo de llevar a su casa al Señor, Jairo no desistió, sino que, fiado en el Maestro que le dijo “No temas. Basta que tengas fe”, perseveró; dejó entrar en su hogar a Jesús, y entonces, pudo contemplar con asombro como aquel hombre, manifestándose verdadero Dios, hizo lo que el género humano, con sus enormes adelantos, no puede lograr: con el poder de su palabra levantó a la niña, resucitándola de entre los muertos.

Dios no desilusiona a nadie

Cristo ha venido a vencer para siempre la muerte, que no fue creada por Dios sino que entro en el mundo a consecuencia del pecado que, tentados por el envidioso demonio, cometieron los primeros padres de la humanidad. Así renueva el plan original del Padre, que había dispuesto que el hombre “no muriera” ¡Él ha convertido nuestro duelo en alegría! Como Jairo, que al suplicar por su hija hizo una verdadera oración de intercesión, o como aquella mujer que con un gesto de Fe tocó el manto del Señor, también nosotros podemos acercarnos a Jesús, presente en su Iglesia, meditando su Palabra, recibiendo sus sacramentos y haciendo oración, para alcanzar la salud espiritual y la vida eterna que tanto anhelamos para nosotros y para el mundo entero.

“Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia… mi amor no desilusiona a nadie”, dijo Jesús a Santa Faustina. Pero ¿significa esto que Él va a curarnos de todas las enfermedades y a resolver todos nuestros problemas? No. Significa que Él viene a traernos a Dios, en quien la vida se hace plena y eterna, ya que, como señala san Juan Crisóstomo, “la fe en Cristo nos hace hijos de Dios”. Por eso, confiar en Dios es unir nuestra mano a la que Él nos tiende, sabiendo que todo lo que manda o permite es para nuestra salvación; y esperando en el amor indestructible que nos ofrece, vivir como nos enseña: amando, consolando y sirviendo a los que nos rodean, especialmente a los que sufren, con la convicción de que “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”.

“El cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto –afirma el Papa Benedicto XVI-. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en el y en su trabajo”. En Jesús, Dios nos libera de la enfermedad del pecado que nos conduce a la muerte de la condenación –como señala san Gregorio- para que, con Él y como Él, vivamos en la salud de ser generosos con quienes nos rodean, atendiendo con amor sus necesidades materiales y espirituales. Así, al final de esta peregrinación terrena, con sus penas temporales, Dios nos levantará para darnos una vida plena y eternamente feliz ¡Que más podríamos esperar! De verdad: su amor no desilusiona a nadie.

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