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Viernes, 26 de Abril de 2024

Cristo resucitado, razón de nuestra paz y de nuestra esperanza

18 Abril, 2015

En su hermoso libro, “¡Resucitar! Mi supremo derecho”, el padre Ramón Cue S. J., autor de la famosa obra “Mi Cristo roto”, nos regala estas fascinantes líneas: “La Resurrección de Jesús es la única que se atreve a asegurarme la solución de ese enigma que es la muerte. La mía en concreto… soy cristiano. Con un socio divino. Y tengo derecho a soñar en mi arribada. Porque llegaré a la otra orilla. Al sexto continente: la Felicidad. No andaré vagando sin fin, ni me tragará en su abismo un océano sin riberas.... Entonces… al arribar a la eternidad… al encontrármelo así ya cara a cara, Jesús me hará la pregunta clave, como a Pedro, con mi nombre: …¿me amas?... Una sola pregunta… Porque basta una sola respuesta definitiva de amor para anular todas mis negaciones…. Resucitará nuestro destino: Amar. Todo es ya un sí eterno al amor. Saltaremos a la otra orilla de la mano de Jesús....”349.

¡Qué palabras tan llenas de esperanza! Son un oasis que nos refresca para seguir adelante en el camino de esta estupenda, dramática y temporal escena terrena. Un aliento que brota de la fe. Por eso, en la Aclamación antes del Evangelio, hemos suplicado: “Señor Jesús, haz que comprendamos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas”350. Sí, Él nos habla en su Iglesia, por medio de su Palabra, de los sacramentos –sobre todo la Eucaristía–, de la oración, de la enseñanza del Papa y de los Obispos. También lo hace a través de muchas personas y de los diversos acontecimientos de la vida. Él, resucitado, se hace presente para decirnos: “La paz esté con ustedes”.

Sin embargo, quizá a causa de nuestras guerras internas, provocadas por el egoísmo, las pasiones descontroladas, las enfermedades y las crisis, azuzadas por los problemas y la propaganda de una cultura hedonista, materialista y pragmática como la de hoy, nos quedemos desconcertados y llenos de temor ante el Resucitado, creyendo que estamos viendo un fantasma, un mito o una ilusión. Quien piensa de esta manera, termina concluyendo lo que Jean Paul Sartre (1905-1980) hace escribir al personaje principal de su obra “La Náusea”, Antoine Roquentin: “Lo esencial es la contingencia. Existir es estar ahí, simplemente… ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia... es lo absoluto... Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar... eso es la náusea”351.

Si no fuese tuyo ¡Oh Cristo mío! me sentiría criatura finita

Efectivamente, quien no cree en el Resucitado, mira la vida únicamente en su dimensión material, limitada y temporal, hasta concluir lo que Karl Marx (1818–1883) expresó así: “tras la superación del más allá de la verdad, la tarea de la historia es establecer la verdad del más acá”352.

Entonces la existencia se convierte en una cacería de sensaciones y emociones gratificantes, aunque sean inmorales; en una lucha por satisfacer los propios deseos de poder y de poseer, sin ninguna preocupación ética, usando a la gente y desentendiéndonos de ella, sin importarnos el daño provocado a la pareja y a la familia a causa de una infidelidad, la herida infringida a la novia o al novio al reducir el amor a la pasión, la soledad a la que condenamos a los amigos al ofrecerles una amistad superficial y vulgar, la angustia ocasionada a quienes, por nuestras acciones u omisiones, sumimos en el abandono y la miseria. Así construimos una “verdad” truncada del “más acá”, que nunca llegará al más allá de la Verdad.

Cuanta razón tenía san Gregorio Nacianceno cuando decía: “Si no fuese tuyo ¡Oh Cristo mío! me sentiría criatura finita. He nacido y siento que me consumo. Como, duermo, reposo, enfermo y sano…; gozo del sol y de todo cuanto fructifica en la tierra. Después, muero y la carne se convierte en polvo como la de los animales… Pero, ¿qué tengo yo más que ellos? Nada, excepto Dios. Si no fuese tuyo ¡Oh Cristo mío! me sentiría criatura finita”353 Los que creemos en el Resucitado, podemos decir con el salmista: “En paz, Señor me acuesto y duermo en paz, pues sólo tú, Señor, eres mi tranquilidad”354. ¿Y cuál es la prueba de que conocemos a Dios y de que estamos unidos a Él? La respuesta nos la da san Juan: “en que cumplimos sus mandamientos”355.

La resurrección de Cristo, verdad fundamental del cristianismo –como lo ha recordado el Papa Benedicto XVI356–, es el principio de nuestra propia resurrección; Él ha abierto para todos la esperanza de resucitar, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma, y más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo357.

¿Qué nos toca hacer para alcanzar esta vida nueva, plena y eterna?, escuchar la exhortación de san Pedro: “arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados”358. Si bien es cierto que no podemos cambiar los errores del pasado, es verdad que podemos resucitar con Cristo, hoy mismo, para emprender con Él un nuevo estilo de vida, en el que nuestra manera de pensar, de hablar y de actuar sea para cuantos nos rodean un testimonio veraz de que el amor divino es más poderoso que el pecado, que el mal y que la muerte, de tal forma que todos lleguemos a comprender que, resucitar con Cristo es, por su mérito, nuestro supremo derecho.

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